Un año ha pasado desde que nacía el joven grupo que pasea sus canas por los senderos de España. Lo recordábamos brindando porque seamos capaces de crecer juntos en amistad sincera y abierta, cada vez más consolidada, donde cada cual pueda ser él mismo, sin perder el espíritu de grupo.
Estábamos allí en la vieja y nueva Cazorla que nos brinda siempre un rostro sorprendente, en otoño ese fuego de calor y luz que, nos arroba a cada vuelta del camino hasta llegar a algún collado donde se pierden los limites, revelándonos algo que ocurre mucho más allá de nuestro alcance habitual, lejos de estrés, la crisis, o los problemas cotidianos.
El sábado11, con cielo amenazante después de una noche de viento y lluvia, nos aventuramos por un sendero empinado hacia el collado de Roblehondo, al que nunca llegamos, ya que el viento que hacía gemir los pinos, los madroños, romero y mejorana que distraían nuestros sentidos, ¿la perdida? de Encarnita que nos preocupó un rato, el encuentro de una casa en ruinas que nos habló de los seres que en otro tiempo la vivieron, la travesía de un juncal empantanado nos consumió más tiempo del previsto y tuvimos que emprender la bajada antes de llegar a la cumbre. Bajada nada fácil por cierto, … pues consultando mapa y GPS, decían que estábamos perdidos, y una vez más la intuición funcionó y seguimos un torrente algo empinado para nuestras rodillas crujientes, pero que nos llevó a una pista que a su vez nos llevó a la pista del río Borosa, muy concurrida en ese puente del Pilar. Cenamos como dioses en casa de Belén, atraída hacia el grupo por los encantos de Javier.
A la mañana siguiente un mullido y cómodo camino nos llevó hasta el collado del Gilillo, atravesando bosques de pinos en cuya espesura podían oírse las voces de los seres que los habita, ya sean dioses o demonios, héroes o villanos, lo que la fantasía de cada uno pueda oír en las voces del viento.
Arriba, la bruma no nos dejaba ver el paisaje, pero entre una nube que pasaba y la siguiente pudimos ver algunas cabras monteses, saltando por los riscos. Como broche de oro, esa tarde subimos a visitar el noble “Tejo” bi o tri milenario, escondido detrás de un pequeño bosquecillo en galería protegido por una pared rocosa, sus raíces ya casi pétreas se extienden y penetran en las profundidades telúricas trayendo a la superficie esa energía que percibimos al abrazar su rugoso y retorcido tronco. La naturaleza es UNA y nosotros formamos parte de esa unidad, en lo más intimo de nuestro ser sentimos la atracción y buscamos su contacto.
La luna casi llena nos sorprendió por encima de los montes ejerciendo en nosotros su luminoso embrujo, otro signo evidente de ese espacio común que es nuestro universo, el lugar ideal para seguir cultivando una amistad perdurable.
Estábamos allí en la vieja y nueva Cazorla que nos brinda siempre un rostro sorprendente, en otoño ese fuego de calor y luz que, nos arroba a cada vuelta del camino hasta llegar a algún collado donde se pierden los limites, revelándonos algo que ocurre mucho más allá de nuestro alcance habitual, lejos de estrés, la crisis, o los problemas cotidianos.
El sábado11, con cielo amenazante después de una noche de viento y lluvia, nos aventuramos por un sendero empinado hacia el collado de Roblehondo, al que nunca llegamos, ya que el viento que hacía gemir los pinos, los madroños, romero y mejorana que distraían nuestros sentidos, ¿la perdida? de Encarnita que nos preocupó un rato, el encuentro de una casa en ruinas que nos habló de los seres que en otro tiempo la vivieron, la travesía de un juncal empantanado nos consumió más tiempo del previsto y tuvimos que emprender la bajada antes de llegar a la cumbre. Bajada nada fácil por cierto, … pues consultando mapa y GPS, decían que estábamos perdidos, y una vez más la intuición funcionó y seguimos un torrente algo empinado para nuestras rodillas crujientes, pero que nos llevó a una pista que a su vez nos llevó a la pista del río Borosa, muy concurrida en ese puente del Pilar. Cenamos como dioses en casa de Belén, atraída hacia el grupo por los encantos de Javier.
A la mañana siguiente un mullido y cómodo camino nos llevó hasta el collado del Gilillo, atravesando bosques de pinos en cuya espesura podían oírse las voces de los seres que los habita, ya sean dioses o demonios, héroes o villanos, lo que la fantasía de cada uno pueda oír en las voces del viento.
Arriba, la bruma no nos dejaba ver el paisaje, pero entre una nube que pasaba y la siguiente pudimos ver algunas cabras monteses, saltando por los riscos. Como broche de oro, esa tarde subimos a visitar el noble “Tejo” bi o tri milenario, escondido detrás de un pequeño bosquecillo en galería protegido por una pared rocosa, sus raíces ya casi pétreas se extienden y penetran en las profundidades telúricas trayendo a la superficie esa energía que percibimos al abrazar su rugoso y retorcido tronco. La naturaleza es UNA y nosotros formamos parte de esa unidad, en lo más intimo de nuestro ser sentimos la atracción y buscamos su contacto.
La luna casi llena nos sorprendió por encima de los montes ejerciendo en nosotros su luminoso embrujo, otro signo evidente de ese espacio común que es nuestro universo, el lugar ideal para seguir cultivando una amistad perdurable.
Blanca García. Puente del Pilar 2008.
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