lunes, 27 de marzo de 2017

Ruta cuatro aldeas, El Madroño. 11-3-2017

La suave brisa que riza el Guadalquivir, el piar de los gorriones y las primeras flores, anunciaban ya la inminente primavera, cuando 9 andakanos salíamos de nuevo a descubrir nuevos rincones, que no por cercanos, son menos hermosos.
Esta vez serían en El Madroño, en cuatro de sus aldeas, los caminos a recorrer, dejamos los coches en Juan Gállego con su pequeña ermita blanca y azul, y nos dirigimos hacia Villargordo por caminos que discurrían a campo través entre alfombras verdes salpicadas de florecillas de varias formas y colores, destacándose de ellas los humildes lirios y las sencillas margaritas, no faltaban los pequeños cursos de agua silenciosos y refrescantes, en las colinas entre las encinas, eucaliptos y pinos destacaba el rosa del brezo en flor. Ya cerca de la aldea las gallinas, vigiladas de cerca por el gallo, picoteaban aquí y allá mientras en sus entrañas formaban sus huevos, que es en lo que pensamos los humanos cuando vemos gallinas de campo.
Una señora de la aldea salió a su puerta, para charlar un rato con otros que no fueran alguno de los 18 lugareños, y seguir luego con su aislada y rutinaria vida, parecía feliz. Seguimos hacia El Álamo, otra aldea, esta más animada, pues los vecinas del pueblo estaban vistiendo el tronco de los árboles con coloridos trabajos de crochet, muy de moda este año en los pueblos serranos. Nos hablaron de todo un poco, y sobre todo de la “Encina de los Perros” que teníamos frente, bajo su copa se reunía el pueblo en sus fiestas, pero ahora está cercada dentro de una propiedad privada y claro la aldea reivindica su antiguo disfrute y parece que El Madroño no está por la labor y los de El Álamo están enfadados. La encina, sigue allí mirando pasar el tiempo, con sus brazos abiertos y su copa redonda ajena al ajetreo de sus vecinos.
Como estábamos a mitad del trayecto y estaba allí el bar de “la Juventud” con cerveza fresquita, que mejor que hacer allí la parada para el almuerzo, todo fue estupendo pero la cafetera la tenía apagada, así que nos fuimos a buscar café a la siguiente aldea, cuando más apretaba el calor, como tampoco había café nos sentamos en los bancos de la calle principal de Juan Antón a ver como los vecinos se abastecían en el súper ambulante que los visita 3 veces por semana, nos dieron agua que algunos habíamos agotado y seguimos caminando hasta Juan Gállego acortando algo el camino porque nos quemaba el sol. Con los coches volvimos a El Álamo para comprar miel, pues las chicas del pueblo nos dijeron que era del lugar y muy buena. Enrique encontró pronto el almacén, y allí la encantadora dueña nos dio una clase magistral sobre las abejas y sus productos, fue muy interesante y todos hicimos nuestras compras, arte y negocio se unen bien. Tampoco a esa hora encontramos café, así que nos volvimos a Sevilla, donde el sol había roto el gris que había cubierto el cielo, para apabullar a la luna con su última y mágica luz.
Hasta la próxima, que la primavera nos alegre con su luz.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor.

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