jueves, 4 de diciembre de 2008

De la ermita de Santa Eulalia al Odiel. 22-nov-2008

Entre un amanecer claro, en el que bandadas de garzas camino del sur dibujaban nuves en el cielo, y un atardecer con miles de estrellas apuntando en el firmamento que nos acompañó de regreso, los Andakanos pasamos un día más en la siempre hermosa sierra de Aracena.
Después de un robusto desayuno en “El Juanito”, nos adentramos en el paisaje serrano con sus magníficos colores, del ocre al infinito. Los castaños extendían sus ramas ya desnudas en entrelazados abrazos, mientras otros más perezosos en desnudarse mezclaban sus tonos encendidos con los verdes perennes de encinas y pinos.
El punto de partida del sendero, preparado con cariño y justeza por justo, fue el lugar ya conocido de la Ermita de Santa Eulalia, lugar sin duda de muy buena energía, ya que en tiempos del Imperio, los romanos levantaron allí un mausoleo con sólidas paredes de granito al que más tarde, S. XVI los vecinos de Almonaster la Real adosaron una nave y la convirtieron en ermita cristiana. Con el correr del tiempo se agregaran arcadas y otros elementos barrocos, entre los que destacan la bonita espadaña con 3 campanas que cada tercer domingo de mayo llaman a fiestas a los romeros vecinos.
El sendero discurrió por las orillas del arroyo de la santa, de curso irregular y caprichoso, lo seguimos con comodidad hasta su desembocadura en el Odiel, allí buscamos una explanada para almuerzo y descanso. No nos faltaron visitantes: pajarillos silvestres y hasta una rara cigüeña negra. Unos en su paseo vieron grandes peces en las pozas del río, y otros nos dejamos arrullar por el canto sereno de este.
El regreso fue más accidentado, ya que el camino estrecho se perdía a veces entre espesos matorrales, subimos y bajamos saltamos piedras, cruzamos el arroyo una y otra vez, evitando las trampas que nos tendían las alambradas destruidas por alguna pasada avalancha … y como el sol iba cayendo y no avanzábamos, disfrutábamos pensando en una posible noticia de prensa: “12 ancianos se pierden en la sierra de Huelva”, mientras nosotros lo pasábamos en grande sintiéndonos tan jóvenes en el arte de salvar obstáculos. Parada en Aracena, para degustar los pasteles de Rufino y un brindis por Berta, la nieta del grupo; su abuelo Enrique tuvo el gusto de invitarnos y recordamos con cariño a María que no estaba entre nosotros.
Si vivir es dejarse sorprender como dice “Saramago” los Andakanos procuramos estar vivos sorprendiéndonos cada día con las bellezas de la Naturaleza.