Si los
senderos fueran películas este, sería candidato a los Óscar. Solo 5 andakanos
desafiamos el frío y la “supuesta” dificultad de la ruta y nos fuimos para
algodonales, dentro del coche estábamos a gusto, y fuera el campo nos ofrecía
los verdes nuevos, de los trigos recién nacidos, especialmente luminosos en esa
mañana soleada. Repostamos energías en la venta El Arenal, con esos molletes untados
de “manteca colorá” o aceite del lugar, y seguimos hasta El Gastor, balcón de
los pueblos blancos, donde dejamos el coche, empezamos el ascenso hacia el
dolmen del Charcón o tumba del Gigante, un monumento megalítico muy bien
conservado y perdido en medio de árboles y piedras, el paisaje cada vez más
amplio y salvaje nos ofrecía en lontananza esos preciosos pueblos blancos
colgados de la sierra, y en la cercanía esos preciosos lirios de nervaduras
doradas, que “ni Salomón con toda su riqueza pudo vestirse como ellos”. La
explosión floral de los almendros nos sorprendía en algunos recodos del camino,
y así poco a poco seguimos ascendiendo hasta llegar a un collado donde la
sorpresa superó a todas las anteriores, teníamos a los pies un hermoso espacio
turquesa, el pantano de Zahara-El Gastor, con sus islitas y sus pequeños
fiordos lamiendo las orillas, y como fondo hermoso la sierra de Grazalema, con
sus picos más conocidos y que muchos hemos visitado, y a nuestras espaldas,
flotando en las brumas un paisaje más ancho y silencioso cargado de estrellas
que nuestros ojos no alcanzan a ver.
Un
esfuerzo más y nos encontramos en la cima del tajo Algarín, por encima de los
mil metros. Allí el panorama es esplendido, 360º de belleza, por si faltara algún
elemento, una familia de buitres nos regaló la vista con ese vuelo poderoso y
sereno que les caracteriza.
Aunque
el viento era fresco allí arriba, nos costó emprender la bajada, y después de
almorzar en un recodo al brigo de las piedras, volvimos por la otra cara de la
peña, esta mucho más empinada pero también hermosa, pasamos un bosque de
encinas, donde la luz jugando con las sombras le daba una magia especial, tan
evocador era el lugar que uno del grupo no resistió abrazarse a una hermosa
encina, cosa que es normal que hagamos las mujeres. De las encinas pasamos a
otro bosque esta vez de pinos había de diferentes tipos, pero como no estaba
Encarnita, no sé decir sus nombres.
Llegados
a El Gastor y después de relajarnos tomando un café, nos paseamos por el pueblo
para ver lo más emblemático, como su blanca iglesia con espadaña de 3 campanas,
su ayuntamiento con sus arcos y escudo, el museo de José Mª “El Tempranillo”,
hijo del pueblo, el monumento a sus hijos ilustres, y el de la gaïta castoreña,
un instrumento hecho con el cuerno de una vaca, que no sabemos como sonaría.
Ya
volviendo a Sevilla alguien dijo que no estaría mal ya que pasábamos por
Utrera, probar algo de su pastelería, y pronto nos encontramos en la concurrida
plaza del pueblo con nuestros pasteles y una hermosa lengua que por su tamaño
era poco menos que de dinosaurio, estaba buenísima, y que se “chinchen los cobarditas”.
Buscando
el coche que lo habíamos dejado en la bonita Puerta de la Villa , pasamos por la
iglesia de Santiago, nos sorprendió su mezcla de estilos, en su interior
destaca el gótico, el templo es del siglo XIV aunque fue reformado en los
siglos XVI y XIX, frente el convento de las Carmelitas, con un esplendido
artesonado mozárabe y su coro de monjitas que cantaban con voces angelicales.
Día completo, hermoso, luminoso, fresquito a ratos,
y siempre reconfortante por ese encuentro con la naturaleza y la belleza de una
tierra madre que nos une y sustenta.
Fdo.: Blanca