La cita que nos dimos los andakanos para degustar un cocido
con tos sus avios, el 16 de noviembre en la casa del Ronquillo de Joaquín, tan
acogedora como él mismo, reunió al grupo casi al completo, no ha sido así este
sábado 25 del mismo mes, en el que solo acudimos 7 para salir a caminar, y esto
amigos da que pensar…
Acompañados por un cielo de grises con algunas coquetas
nubes rosas, los 7 nos dirigimos hacia la sierra de Aracena, que esta vez si
lucía esos colores de otoño cuyos matices sólo la naturaleza sabe pintar, y
cuya belleza alcanza lo más recóndito del alma. Pasamos Aracena y nos dirigimos
hacia Aroche, porque buscábamos una aldea perdida llamada Montepuerto, que ni
los lugareños conocían. Pedimos ayuda a la Benemérita de Cortegana, que nos
indicó como llegar al sitio buscado. Después de pasar por las aldeas de Corte y
Cefiñas, perdidas entre dehesas de robles y alcornoques y cuando ya no hay más
carretera que seguir, habíamos llegado al sitio con sus 5 ó 6 casas y otros
tantos vecinos. Dejamos los coches al pie mismo del sendero que cogimos hasta
llegar al barranco de la Torre, en el que ya habíamos estado en otra ocasión,
pero que casi ninguno recordábamos, o al menos con el aspecto que ahora
presentaba. Un lugar silencioso y triste, con pozas negras de agua estancada y
grandes piedras blancas como animales muertos tendidos en el cieno, árboles
rotos y caídos y la hojarasca seca crujiendo bajo los pies, completaban un
lugar agonizante y sediento…, pero si mirabas más allá de lo que veías
encontrabas la belleza de un lugar de ensueños, los árboles parecía esculpidos
de forma caprichosa y un hilo de agua corría entre las aguas estancadas, la
vida estaba allí silenciosa y palpitante, era un buen lugar para hacerse
preguntas y encontrar respuestas.
Disfrutamos de él, cada uno a su manera, y regresamos a los
coches, estuvimos tentados en hacer un ¿o qué? Al país vecino, pero optamos por
comer en el bar Casino de El Repilado, allí en un clásico salón escogimos una
mesa camilla con ropa y brasero, en el rincón donde había más luz y algún
rayito de sol filtrado por las grises nubes.
Fue una comida serrana, patatas, huevos y jamón
(aunque este tenía poco de serrano), pero lo más nutritivo fue la larga
sobremesa relajada y amistosa, recordando otros días ya pasados, pero presentes
por la huella que dejaron al vivirlos. Nos costó trabajillo abandonar esa mesa
redonda, Mª Luisa y Enrique se fueron para la playa y los otros cinco para
Sevilla, cuando las colinas quietas y borrosas se cubrían de la bruma azulada
del atardecer seguida de la noche.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor