domingo, 10 de diciembre de 2017

Aldea Montepuerto Barranco de la Torre. 25-11-2017

La cita que nos dimos los andakanos para degustar un cocido con tos sus avios, el 16 de noviembre en la casa del Ronquillo de Joaquín, tan acogedora como él mismo, reunió al grupo casi al completo, no ha sido así este sábado 25 del mismo mes, en el que solo acudimos 7 para salir a caminar, y esto amigos da que pensar…
Acompañados por un cielo de grises con algunas coquetas nubes rosas, los 7 nos dirigimos hacia la sierra de Aracena, que esta vez si lucía esos colores de otoño cuyos matices sólo la naturaleza sabe pintar, y cuya belleza alcanza lo más recóndito del alma. Pasamos Aracena y nos dirigimos hacia Aroche, porque buscábamos una aldea perdida llamada Montepuerto, que ni los lugareños conocían. Pedimos ayuda a la Benemérita de Cortegana, que nos indicó como llegar al sitio buscado. Después de pasar por las aldeas de Corte y Cefiñas, perdidas entre dehesas de robles y alcornoques y cuando ya no hay más carretera que seguir, habíamos llegado al sitio con sus 5 ó 6 casas y otros tantos vecinos. Dejamos los coches al pie mismo del sendero que cogimos hasta llegar al barranco de la Torre, en el que ya habíamos estado en otra ocasión, pero que casi ninguno recordábamos, o al menos con el aspecto que ahora presentaba. Un lugar silencioso y triste, con pozas negras de agua estancada y grandes piedras blancas como animales muertos tendidos en el cieno, árboles rotos y caídos y la hojarasca seca crujiendo bajo los pies, completaban un lugar agonizante y sediento…, pero si mirabas más allá de lo que veías encontrabas la belleza de un lugar de ensueños, los árboles parecía esculpidos de forma caprichosa y un hilo de agua corría entre las aguas estancadas, la vida estaba allí silenciosa y palpitante, era un buen lugar para hacerse preguntas y encontrar respuestas.
Disfrutamos de él, cada uno a su manera, y regresamos a los coches, estuvimos tentados en hacer un ¿o qué? Al país vecino, pero optamos por comer en el bar Casino de El Repilado, allí en un clásico salón escogimos una mesa camilla con ropa y brasero, en el rincón donde había más luz y algún rayito de sol filtrado por las grises nubes.
Fue una comida serrana, patatas, huevos y jamón (aunque este tenía poco de serrano), pero lo más nutritivo fue la larga sobremesa relajada y amistosa, recordando otros días ya pasados, pero presentes por la huella que dejaron al vivirlos. Nos costó trabajillo abandonar esa mesa redonda, Mª Luisa y Enrique se fueron para la playa y los otros cinco para Sevilla, cuando las colinas quietas y borrosas se cubrían de la bruma azulada del atardecer seguida de la noche.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor