La suave brisa que riza el Guadalquivir, el piar de los
gorriones y las primeras flores, anunciaban ya la inminente primavera, cuando 9
andakanos salíamos de nuevo a descubrir nuevos rincones, que no por cercanos,
son menos hermosos.
Esta vez serían en El Madroño, en cuatro de sus aldeas, los
caminos a recorrer, dejamos los coches en Juan Gállego con su pequeña ermita
blanca y azul, y nos dirigimos hacia Villargordo por caminos que discurrían a
campo través entre alfombras verdes salpicadas de florecillas de varias formas
y colores, destacándose de ellas los humildes lirios y las sencillas
margaritas, no faltaban los pequeños cursos de agua silenciosos y refrescantes,
en las colinas entre las encinas, eucaliptos y pinos destacaba el rosa del
brezo en flor. Ya cerca de la aldea las gallinas, vigiladas de cerca por el
gallo, picoteaban aquí y allá mientras en sus entrañas formaban sus huevos, que
es en lo que pensamos los humanos cuando vemos gallinas de campo.
Una señora de la aldea salió a su puerta, para charlar un
rato con otros que no fueran alguno de los 18 lugareños, y seguir luego con su
aislada y rutinaria vida, parecía feliz. Seguimos hacia El Álamo, otra aldea, esta
más animada, pues los vecinas del pueblo estaban vistiendo el tronco de los árboles
con coloridos trabajos de crochet, muy de moda este año en los pueblos
serranos. Nos hablaron de todo un poco, y sobre todo de la “Encina de los
Perros” que teníamos frente, bajo su copa se reunía el pueblo en sus fiestas,
pero ahora está cercada dentro de una propiedad privada y claro la aldea
reivindica su antiguo disfrute y parece que El Madroño no está por la labor y
los de El Álamo están enfadados. La encina, sigue allí mirando pasar el tiempo,
con sus brazos abiertos y su copa redonda ajena al ajetreo de sus vecinos.
Como estábamos a mitad del trayecto y estaba allí el bar de “la
Juventud” con cerveza fresquita, que mejor que hacer allí la parada para el
almuerzo, todo fue estupendo pero la cafetera la tenía apagada, así que nos
fuimos a buscar café a la siguiente aldea, cuando más apretaba el calor, como
tampoco había café nos sentamos en los bancos de la calle principal de Juan Antón
a ver como los vecinos se abastecían en el súper ambulante que los visita 3
veces por semana, nos dieron agua que algunos habíamos agotado y seguimos
caminando hasta Juan Gállego acortando algo el camino porque nos quemaba el
sol. Con los coches volvimos a El Álamo para comprar miel, pues las chicas del
pueblo nos dijeron que era del lugar y muy buena. Enrique encontró pronto el almacén,
y allí la encantadora dueña nos dio una clase magistral sobre las abejas y sus
productos, fue muy interesante y todos hicimos nuestras compras, arte y negocio
se unen bien. Tampoco a esa hora encontramos café, así que nos volvimos a
Sevilla, donde el sol había roto el gris que había cubierto el cielo, para
apabullar a la luna con su última y mágica luz.
Hasta la próxima, que la primavera nos alegre con su luz.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor.