El balido de un corderillo y su pataleo por ponerse en pié
sobre el húmedo prado que lo recogió al nacer, llamó la atención de un grupo de
senderistas que por allí pasaban, la supuesta oveja madre se acercó, lo olisqueó
y se alejó de nuevo con desaire, o bien no era su madre o no lo reconocía por
hijo, entonces uno de los senderistas, “protector de animales abandonados” fue
hacia él y lo llevó a un sitio más seco y lo recostó sobre el tronco de una
encina confiándolo a la vida.
Esos senderistas éramos los 11 andakanos que a punto
estuvimos de suspender la salida, tal era el viento racheado, la lluvia y el frío
que nos acogió cuando llegamos a Los Marines, lo pero del caso es que pocos llevábamos
paraguas o chubasqueros, hasta al andakano guía que siempre nos enseñó a no
sacarlo de la mochila iba desprovisto, sin salir de los coches nos preguntábamos
¿qué hacer? Por fin decidimos ir a un chino en Aracena y comprar lo necesario,
a ver que pasaba luego. Por lo pronto el chino hizo negocio y nosotros al salir
nos alegramos porque había dejado de llover y había claros en el cielo. Así que
volvimos a Los Marines, dejamos los coches y empezamos la ruta hacia Aracena,
recompensados por los olores de la tierra mojada y la belleza de los colores de
otoño, las pocas hojas que quedaban en los castaños revoloteaban como mariposas
doradas hasta caer en la ya mullida alfombra que cubría el suelo y que la tierra
generosa transformará en nuevos frutos en la siguiente cosecha.
Por algunas dehesas había cochinos que al oír nuestros pasos
corrían a saludarnos con sus hocicos húmedos y sus rabos en tirabuzón. Llegamos
a Aracena para comer y descansar un rato, y al salir del restaurante el cielo
estaba casi despejado con algunos claros por los que se asomaba el sol que con
su luz hace el mismo paisaje tan diferente. Volvimos a Sevilla contentos de
haber disfrutado una vez más de la naturaleza y los amigos, esperando volvernos
a encontrar para la comida de Navidad.
Paz, alegría y amor para todos.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor