jueves, 27 de enero de 2011

Cañaveral de León a la Rivera de Hinojales. 23 de enero de 2011

La reportera de los andakanos ha empezado el nuevo curso muy silenciosa, sin saber muy bien porqué, tal vez porque en el silencio es donde mejor se escucha lo importante.

Pero bueno, ya estoy filosofando, y esta no es mi misión, sino la de dar un pequeño testimonio escrito de nuestros pasos y caminos por los senderos serranos.

El domingo 23 de enero por fin reunimos 16 después de algunas salidas poco concurridas. Fue el día más frío del año recién estrenado, nos fuimos a Santa Olalla del Cala para desayunar, nos invitó Miguel que cumplía nada menos que 69 años. Seguimos con los coches por una carretera casi solitaria, entre dehesas de encinas y el olor propio de los patas negras. En una subida nos sorprendieron las encinas salpicadas de blanco y finas mantas de nieve en las praderas.

En cañaveral de León dejamos los coches y bien tapaditos nos bajamos hacia la rivera de Hinojales por donde discurría nuestro sendero. Los pájaros estaban silenciosos, los cerdos apuraban las últimas bellotas, los corderos dispersos por los prados y las vacas sentadas en su alfombra verde contemplando el gris horizonte. El sendero era tan cómodo que nos pasamos del final previsto y tuvieron que llamarnos al orden, dentro de ese orden estaba el de buscar un sitio para comer, pero el suelo no estaba para sentarse, el agua corría por todas partes, tanto que en un momento dado tuvimos que atravesar un cauce bastante importante, lo que requirió del ingenio de cada uno, algunos pasaron sin más, confiando en la buena calidad de sus botas, otros usaron bolsas de plastico y los más valientes a pié desnudo y botas al hombro.

Volvimos con los bocadillos en la espalda hasta el pueblo a ver que alternativas teníamos, nuestro negociador Enrique nos proporcionó un buen salón con una buena mesa y su chimenea encendida, cosa que se agradecía, era el bar San Sebastián, donde consumiendo la bebida podíamos comer de lo propio.

Bien comidos y descansados volvimos a los coches y nos acercamos hasta el mirador del Puerto, pero la tarde se había puesto tan desapacible que pronto volvimos al calor del coche.

Regresamos por la carretera que bordea el pantano de Aracena en la quietud de la tarde sorprendimos a una familia de ciervos debajo de una encina que nos alegraron la vista con sus hermosas siluetas. Se acordaron otros próximos encuentros y regresamos contentos por habernos encontrado una vez más entre amigos.
Fdo.: Blanca