viernes, 5 de febrero de 2010

Camino del Ferrocarril. (El Ronquillo)


El día amaneció nublado, plomizo., frío. La humedad se percibía al respirar. Apetecía cualquier cosa menos salir al campo. Pero había un compromiso, y sobre todo las ganas de estar con los amigos a los que, por mi mala cabeza, hacia tiempo que no veía. Así que con el mejor animo, me encamine al ya tradicional “punto de encuentro”.

Saludos sinceros, abrazos cordiales, y la ya esperada “bronca” de mi amigo Justo, que por eso mismo de ser mi amigo siempre me suena a una cordial bienvenida.

Reparto en los coches, y ala, una vez mas a la carretera, con esa emoción, que produce el conocer algo nuevo, y la ilusión decorrer otra “aventura” que representa cualquier salida senderista.

Por el camino, el cielo seguía muy cerrado, incluso algunas gotas en el parabrisa del coche, no auguraba nada bueno, pero la fe de nuestro “director” en el meteorólogo, continuaba inquebrantable. Al final se salio con la suya, y el día sin ser radiante, dio su juego.

Por fin El Ronquillo, y a partir de sus últimas casas, una carretera sinuosa y llena de curvas, que se desploma ladera abajo, nos condujo hasta nuestro destino, el pantano de La Minilla, por cuya orilla, bordeándola, yo diría que casi dibujándola, correrá nuestra ruta.

El camino sigue el trazado de un antiguo ferrocarril minero. Es ancho, llano, sin ninguna dificultad, tontorrón, para los amantes de las cumbres, pero aquel día, con un encanto único, con algo especial y mágico, que fuimos descubriendo a medida que nos fuimos adentrando en el sendero. Estaba pavimentado de espejos. Si, parecía mentira, pero era cierto. Espejos líquidos, puestos allí, unos dirán que por casualidad, otros pensaran que por la propia naturaleza. Yo tengo mi propia versión, creo que los puso Alguien que nos quiso hacer un buen regalo.

El regalo del paisaje reflejado. Reflejos. El regalo de las nubes, femeninas ellas y por lo tanto coquetas, viniendo a acicalarse antes de continuar su camino arrastradas por el viento .Reflejos. La vegetación duplicada en la superficie y hasta los mismos senderistas. Reflejos. Si algo puede resumir esta excursión son los reflejos.

Al salir de un recodo, se nos presenta un espectáculo, que por si mismo podría justificar toda la excursión. Las nubes generosas se abren para dejar pasar un potente rayo de sol que a su vez deja en su camino una variedad increíble de tonos rosas, blancos, azules, grises…imposibles de reproducir en una paleta de pintor, y todo ese conjunto de luz y color, reflejado en la superficie del agua. La naturaleza en todo su esplendor ante nosotros. Reflejos.

Al final del camino, nos acercamos hasta la fuente, que a algunos sobre todo a los ciclistas, nos trajo agradables recuerdos de otros tiempos, porque sus aguas mitigaron en mas de una ocasión, nuestras “ penalidades “.

De regreso, paramos para reponer fuerzas, a la orilla del pantano, sobre una lengua de tierra cubierta por una alfombra de fina hierba, que se adentraba en el agua, y que nos permitió hacernos la ilusión de estar comiendo sobre la cubierta de un original “trasatlántico”.

En el pueblo, obligada parada, para terminar la tarde con los correspondientes cafés, y sobretodo y lo más importante, ese ultimo ratito de charla, que no tiene precio.
De vuelta a casa, a la caída de la tarde pudimos extasiarnos con el espectáculo increíble de un sol desplomándose tras las colinas, dejando tras de si, una infinidad cromática, no se si como despedida o como invitación a volver lo antes posible, a ese querido pueblo del Ronquillo.

Fdo: Paco