martes, 11 de febrero de 2020

Jimena de la Forntera las Asomadillas río Hozgarganta


Los pájaros empezaban a despertarse en los árboles, el rocío nocturno te mojaba la cara y el sol aún estaba en pijama, cuando 7 andakanos, la mitad de los previstos en principio, nos reunimos para la primera salida de febrero, de los 7 dos eran nuevos, Lola y José, traídos al grupo por Mari Trini y Juan Manuel, ¡ojalá se queden!
Nos fuimos hacia Jimena de la Frontera, por la autovía ya libre de peaje, hasta Jerez, en un área de servicio moderna, desayunamos bien. Luego continuamos por la autovía de Algeciras, donde la niebla se fue despejando y empezamos a ver prados verdes y fondos azulados de la sierra a la que poco a poco nos fuimos acercando, hasta que apareció el precioso pueblo de Jimena, derramado como un manto de armiño al pie de su castillo.
Dejamos los coches y nos deleitamos en contemplar un mural del pueblo hecho por los alumnos de la escuela taller de cerámica, muy bien conseguido, desde allí comenzamos la subida y travesía del pueblo, el sendero se iniciaba en el otro extremo, un sendero circular el de las Asomadillas y el río Hozgarganta.
Al principio, el camino era de piedras puestas al estilo de calzada romana, que nos daba vista a los prados donde pastaban tranquilas las vacas retintas, y los caseríos blancos salpicados aquí y allá, luego el camino se estrechó y entramos en un bosque de pinos con el suelo mullido por la pinaza y donde el sol jugaba con las sombras, trayecto muy agradable, hasta llegar a un paisaje más abrupto e incomodo con escalones pronunciados entre matorrales, donde la jara y otros llenaban de fragancia salvaje el aire del entorno, un poco más adelante atravesamos la carretera y bajamos hasta el río Hozgarganta, con un lecho de cantos rodados de todos tamaños, un paisaje nuevo donde las piedras eran las reinas, las había de tamaños y formas diferentes cubiertas de dibujos hechos por microorganismos pintores, para mirar el paisaje había que pararse, entonces veías picachos de piedras, destacando en el cielo azul, abajo seguían las piedras, y el río que cruzamos un par de veces hasta que por fin salimos de aquel pedregal a un camino de tierra, pero…el camino empezó a ascender sin piedad después de tres horas de esfuerzo y llegamos por fin al pueblo, y un kilometro más hasta el restaurante “El Ventorrillero” donde teníamos reservada la comida que fue deseada, rica y servida con simpatía.
Regresamos a los coches, nos despedimos y para casita, felices y contentos de haber compartido un hermoso día.
Hasta la próxima, que disfrutéis todos de salud y Paz.
Fdo.: Blanca
Andakana Mayor