jueves, 15 de abril de 2010

Igualeja a Parauta. 10-4-2010

Los actos sociales propios de la primavera, hicieron que los Andakanos pudieran contarse con los dedos de una mano en la salida del sábado diez de abril, hacia el Valle del Genal.
El día amaneció despejado pero con viento fuerte de levante, lo que acarreo no pocas nubes por la parte visitada. Los trigales verdes y densos, como niños a los que se les deja de ver un tiempo estaban muy crecidos y como alguien dijo, “son como un inmenso mar verde”.
Desayunamos a base de manteca, hígado y aceite, pues como dice haber leído nuestro “jefe” que el desayuno hay que hacerlo a base de grasas, y ya bien engrasados nos fuimos en busca de la carretera de Igualeja. La sierra en esta zona se vuelve más solitaria y desnuda casi desierta. Al llegar y dejar los coches, el canto del agua nos fue llevando hasta el nacimiento del río Genal, en una pequeña cueva surge la vida en forma de agua cristalina que se desliza en pequeñas cascadas escalonadas hasta coger su cauce y seguir su camino hacia el mar. El lugar es tan hermoso que no sé que parte de su belleza podrán captar las cámaras de nuestros fotógrafos.
Seguimos por un pequeño callejón empinado hasta llegar a la zona de huertos en la falda del pueblo, en ellos había sembradas patatas, guisantes, cebollas. Habas y alcauciles, no tocamos nada, y seguimos subiendo, pronto el sendero se volvió más estrecho entre grandes pitas, chumberas y enredaderas, en los descensos hacia el valle, prados de vincas azules mezclados con el amarillo de la genista, pintaban un cuadro impresionista, seguimos subiendo con calma hasta encontrarnos con una zona de tierra rojiza y castaños desnudos, el sendero nos llevó hacia el arroyo “Granaos” y una vez cruzado fuimos ascendiendo hasta el pueblo de Parauta, cenit de nuestra ruta, callejeamos buscando un bar para refrescarnos con una cervecita, pasamos la calle de los 24 escalones donde los sábados ensayan los verdiales, pero allí solo se escuchaba música rock de los años 60, eso si, junto al ayuntamiento encontramos el bar donde nos tomamos la cerveza acompañada de aceitunas verdes y bistelitos en salsa.
De nuevo marcha hacia el arroyo donde encontramos un sitio al reparo del viento para comer y descansar. Entre los árboles verdes propios de riberas, destacaban algunos cerezos en flor que llenaban de luz el entorno.
A lo lejos divisamos otros pueblos del valle ya visitados en otras ocasiones, custodiados por la gran mole de piedra grisácea del monte Armola. Es un rincón precioso de esta Andalucía nuestra tan desconocida para muchos, y que nosotros tenemos el gusto y la suerte de conocer, gracias a Dios, a la vida y a aquellos que hacemos posible su disfrute en amistad y armonía.
Fdo.: Blanca . Foto: Encarnita

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